Viajar no siempre libera: cuando moverse también confronta

Viajar no siempre libera: cuando moverse también confronta

Hay quienes cuentan los días para iniciar un viaje.
Yo contaba las razones para no hacerlo.

Hay quienes cuentan los días para iniciar un viaje.
Yo contaba los motivos para no hacerlo.

Para muchos, viajar es sinónimo de expansión, disfrute, descubrimiento. Para mí, durante mucho tiempo, fue una fuente de ansiedad. Y aunque con el tiempo he aprendido a moverme entre ciudades, climas y entornos, todavía hoy, cada traslado representa un pequeño desajuste emocional que tengo que digerir con paciencia.

No siempre me gustó decirlo en voz alta. ¿Quién quiere ser “la rara” que prefiere no salir, que extraña su cama y se desorienta emocionalmente por cambiar de lugar, que siente que le está fallando a alguien al salir a “disfrutar”? Pero aprendí que ser honesta conmigo me hace más libre que cualquier boleto de avión.

Esto no viene de la nada, pero me ha tomado años identificarlo. Hubo momentos de mi vida en los que viajar fue necesario… pero no fácil. Experiencias difíciles asociadas a esos viajes dejaron marcas que aún hoy se activan cuando tengo que moverme.

Con el tiempo, entendí que no era el acto de viajar lo que me perturbaba, sino todo lo que emocionalmente se movía dentro de mí al hacerlo: la culpa, la sensación de estar dejando algo importante atrás, el miedo a lo que podía pasar en mi ausencia, la carga de sentirme responsable por todo… incluso cuando ya no lo era.

Cuando viajar duele

(Aquí iba a contarte una historia, pero al final la quité por que me sigo sintiendo muy vulnerable como para externarla y prefiero respetar mi vulnerabilidad en esta ocasión).

Algunas personas viajan para salir de la rutina, para sentirse vivas, para reconectar con ellas mismas. Otras lo hacen por obligación, o por necesidad. Y en ese camino, también se despiertan emociones intensas: culpa, ansiedad, soledad, desconexión.

He escuchado muchas historias de personas que viajan con el corazón apretado. Que se suben a un avión mientras una parte de sí se queda temblando. Que sienten que al cambiar de lugar, también se desajusta su equilibrio emocional. Que necesitan más tiempo que otros para adaptarse, para aterrizar en lo emocional aunque ya estén físicamente en otro lugar.

Cuando la culpa se vuelve equipaje

Hubo un tiempo en el que trabajaba para una empresa de aviación ejecutiva donde con frecuencia requería viajar. Me iba con toda la culpa, angustia y dolor de dejar ahora a mis dos hijos, e irme a un lugar sola a cumplir con mis deberes, por fortuna logré muy pronto hacer amistades muy profundas y ello me daba equilibrio al llegar.

Me tomó años hacer el reconocimiento y el acuerdo interno de que estaba bien, que era por nuestro bienestar económico. 

Estas son algunas de las razones por las que aprendí a asociar los viajes con malas noticias y con la sensación de fallarle, al menos, a dos personitas. Me toma un buen rato ya que estoy en el lugar adaptarme y disfrutar. Esto no lo he hablado con alguien mas, me lo llevo para ahora que me toque tomar terapia. 

El contraste: lo que nos mueve a movernos

He notado en terapia que hay dos grandes grupos de personas frente a los viajes:

  • Las que los disfrutan, los planean con entusiasmo.

  • Y las que, como yo, sienten que viajar es más desafío que recompensa inmediata.

Quienes aman viajar muchas veces lo hacen para salir de la rutina, para sentirse vivos, para recuperar el asombro. Viajan para expandirse.

Pero otras personas viajan para escapar: de sí mismas, de relaciones rotas, de una vida que ya no les hace sentido. Buscan aire, pero también evasión.

En el otro extremo, quienes prefieren quedarse, a veces lo hacen por amor a su calma interna. Y otras, por miedo a perder el control, por apego al hogar, por ansiedad ante lo nuevo.

Ninguna opción es mejor que otra. Lo importante es saber desde dónde tomamos cada decisión.

¿Desde dónde decides tú?

He aprendido que no se trata de moverse o quedarse quieto.
Se trata de saber por qué hago lo que hago.
Si viajo, que sea por amor a descubrirme, no por huir de mí.
Y si me quedo, que sea porque me nutre, no porque me asusta lo desconocido.

Una invitación suave a mirar hacia adentro

Tal vez no todos viajamos de la misma forma, ni con las mismas emociones.
Pero todos, en algún momento, tenemos que preguntarnos:

¿Estoy eligiendo moverme desde el deseo o desde el miedo?
¿Estoy eligiendo quedarme desde el cuidado o desde la evasión?

Al final, el viaje más importante no siempre implica una maleta.
A veces, el verdadero viaje es atreverse a decir la verdad sobre lo que sentimos.

   

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